Fotografía: Brisa Millián
Desde que conocí las redes sociales, empezando por el Myspace, he tenido la manía de conocer personas del sexo opuesto en internet. Desde antes de llegar a vivir a la CDMX, ya tenía esa costumbre, así que al llegar a la gran urbe ya tenía un círculo de amigos virtuales. Lo primero que hice fue buscarlos a todos.
Al primero que conocí fue a Jaime. Enamorada de su perfil de músico metalero no me pude resisir. A primera vista cumplió con todas mis expectativas: guapo, agradable, carismático y talentoso. Esa noche tocaba en el Gato Calavera con su banda de rock progresivo. Lo acompañaban los miembros del grupo y su amigo Ernesto.
Ernesto era guapo, rockero, de melena despeinada. Disfrutamos juntos del concierto y compartimos cervezas. Después de la tocada, nos dirigimos a una vieja casa en la colonia Roma. Por azares del destino Jaime se ligó a mi amiga, y en venganza yo le planté un gran beso a Ernesto. Él me correspondió y el beso robado se convirtió en uno apasionado.
¿Fue por ardida? Sin lugar a dudas. Pero ese largo e intenso beso me lo llevo en el recuerdo. Nunca voy a olvidar esos carnosos labios pegados a los míos. Esa rápida respiración y sus manos alrededor de mi cabeza y espalda. Ese beso llevó a otros más y la noche se convirtió en una eternidad.
Al amanecer, salimos de la casa del baterista de la banda, me acompañó al metro Insurgentes y ahí me dio el beso de despedida. Fue así como la gran ciudad me dio la bienvenida.